Imagino que Jesús
Carrasco y Paul Auster salvo que son escritores aunque nobel el primero, que
los haya elegido para leer y recomendar sus libros: “Intemperie “y “Diario de
Invierno” este mes de noviembre, poco
más tienen en común.
Por Paul Auster
siento desde hace años cierta predilección pero de Jesús Carrasco mi primer
contacto fue gracias al Blog : “Buceando entre libros “de obligado paso para
los amantes de la literatura y cuya dirección incluyo.
htpp://brisne.blogspot.com.es/
Por unos momentos
la lectura de Intemperie me trasladó a la varias veces leída “La Familia de
Pascual Duarte y como no a Los Santos Inocentes de alguna manera comencé de
nuevo a sentir la dureza del verano en la inmensa llanura ,la rudeza de sus
gentes y la crueldad de los que ostentan la riqueza y el poder al menos en
tiempos ya pasados. Recordé también cierto paraje de mi infancia dónde aquellos
perros que ya no servían para la caza eran colgados de unos almendros aunque
estos estuvieran en flor.
Una novela sin nombres,
sin fecha y de corta duración en el tiempo dónde un chico escapa del horror en
que se ha convertido su casa y se acurruca y se esconde en un hoyo arcilloso
protegido por un campo de olivos mientras perros y hombres tratan de
encontrarle.
Así permanecerá
hasta que caiga la noche mezclando el olor de su sudor ,sudor de miedo con sus
orines y la frescura de la tierra arcillosa hasta que pasado el peligro decide
salir para continuar la huida .
En esa huida
encontrará al “viejo” cabrero y ambos en silencio aprenderán a convivir
ayudándose el uno al otro para sobrevivir al hambre , a la sed y a la crueldad
del alguacil y sus hombres que quieren saldar viejas cuentas con uno y placeres
prohibidos con otro.
Es una novela de
gestos, de miradas de lenguaje rural pero armonioso y de personajes modelados
por la dureza del terreno y la sequedad del clima. Amplias llanuras dónde es
difícil encontrar una sombra y mucho menos un poco de agua. Caminar constante, sin
rumbo del viejo con su burro el perro y las cabras y ahora del chico que se les
une en su huida a ninguna parte.
Crueldad del
aguacil al que no tiembla el pulso para usar su cuchillo y la del tullido que a
falta de piernas vive rodeado de embutidos
que cuelgan del techo fruto de la matanza como única compañía en la
inmensa soledad de ser el único habitante entre las casas de adobe de un pueblo
ya abandonado.
Ruinas de un
pueblo que verán renacer a un viejo cabrero en la valentía de enfrentarse a sus
agresores dando el honor al pueblo de ser lo último que estos vean defendiendo
al chico que desde hace unas horas o quizás unos días ha compartido con él las miserias y los
olores de la vida y ya es como si fuera su propio hijo.
Finalmente
recomendar su lectura lenta, saboreando la riqueza del lenguaje un lenguaje rural
con el que nos obsequia Jesús y que mucho me temo acabará desapareciendo.
Leerla sin perder detalle pues en algunos encontraremos las respuestas a esas
preguntas que nos iremos haciendo. 20-N).
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