martes, 20 de julio de 2010

LOS VERSOS DEL CAPITAN


En el libro “Los amores de Neruda” Inés María Cardone nos cuenta después de entrevistar a las mujeres que pasaron por su vida que el poeta no podía vivir sin el amor. Necesitaba estar permanentemente enamorado, de lo contrario, no había inspiración. No sólo para la poesía amorosa; también necesitaba estar al lado de la mujer amada para combatir políticamente, para descubrir su Canto General por Chile y América, para defender a España en el corazón, para observar el mar que llega y se va, para escribir las múltiples odas a todo lo que le rodeaba. Por eso, de la mano del amor fuimos conociendo al protagonista de versos que, en distintos idiomas, siguen dando la vuelta al mundo. Penetramos en la vida íntima del poeta a través de las grandes musas que lo inspiraron y amaron a lo largo de su vida; Albertina Azócar, Delia del Carril (La Hormiguita) y Matilde Urrutia.
Pero no pretendo hablar aquí de los amores del poeta sino del último libro suyo que he tenido entre mis manos y que durante una larga temporada me ha acompañado en mi vida diaria “Los versos del Capitán”.
Neruda amó el mar, su susurro y sus olas. He ahí sus poemas, sus caracolas y sus casas en Isla Negra y La Sebastiana en Valparaíso. Hay otras dos casas marinas capitales en su vida, una en Capri Italia y otra en Atlántida, Uruguay.Todo ocurrió en 1952 en Capri.
En 1949 sale al exilio con su mujer Delia del Carril. En México enfermó de flebitis y a su cama de enfermo llegó una chillaneja, Matilde Urrutia, a ayudarlo y preocuparse de la casa. A espaldas de Delia comenzó una relación secreta. Viven un amor furtivo amparado por el contubernio. Invitó a su amante a París, a Alemania la hizo invitar como cantante al Festival Mundial de la Juventud. A la Unión Soviética la lleva como “amante” de Nicolás Guillén.


El 30 de enero de 1952 desde el puerto de Gotemburgo Neruda envía a su mujer, Delia del Carril, a Chile. Esa relación ya estaba clínicamente muerta.
El italiano Erwin Cerio le ofrece a Neruda su casa en la isla de Capri. Neruda llega una noche con Matilde Urrutia. La chimenea está encendida, la mesa puesta. Neruda lo describió de esta manera:
“Toda la noche he dormido contigo / junto al mar, en la isla. /Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño, /entre el fuego y el agua”.
Al amanecer abren las ventanas, descubren una menuda terraza, abajo un bosque, más allá la playa y atrás un bosque lleno de musgo. Un día de luna llena Neruda le entrega un anillo donde se lee “Capri ,3 de mayo de 1952, Su Capitán”.
Allí en el bungalow sobre los acantilados, escribió Neruda “Los Versos del Capitán”. Matilde los deposita en una caja de madera con costras de nácar. Viajan a Nápoles y visitan a Gabriela Mistral, que era cónsul en ese momento. El pintor Paolo Ricci le propuso publicar los Versos del Capitán. La cosa se movió rápidamente, la primera edición salió el 8 de julio de 1952 con una tira da de 44 ejemplares y publicado como anónimo. Como único prólogo del libro aparece una carta firmada por una tal Rosalía de la Cerda ese prólogo totalmente falso fue inventado por Neruda y que paso a escribir a continuación:

Introducción
Habana, 3 de octubre de 1951
Estimado señor:
Me permito enviarle estos papeles que creo le interesarán y que no he podido dar a la publicidad hasta ahora.
Tengo todos los originales de estos versos. Están escritos en los sitios más diversos, como trenes, aviones, cafés y en pequeños papelitos extraños en los que no hay casi correcciones.
En una de sus últimas cartas venía la "Carta en el camino".
Muchos de estos papeles por arrugados y cortados son casi ilegibles, pero creo que he logrado descifrarlos.
Mi persona no tiene importancia, pero soy la protagonista de este libro y eso me hace estar orgullosa y satisfecha de mi vida.
Este amor, este gran amor, nació un agosto de un año cualquiera, en mis giras que hacía como artista, por los pueblos de la frontera franco española.
Él venía de la guerra de España. No venía vencido. Era del partido de Pasionaria, estaba lleno de ilusiones y de esperanzas para su pequeño y lejano país, en Centro América. Siento no poder dar su nombre. Nunca he sabido cuál era el verdadero, si Martínez, Ramírez o Sánchez. Yo lo llamo simplemente mi Capitán y éste es el nombre que quiero conservar en este libro.
Sus versos son como él mismo: tiernos, amorosos, apasionados, y terribles en su cólera. Era fuerte y su fuerza la sentían todos los que a él se acercaban. Era un hombre privilegiado de los que nacen para grandes destinos. Yo sentía su fuerza y mi placer más grande era sentirme pequeña a su lado.
Entró a mi vida, como él lo dice en un verso, echando la puerta abajo. No golpeó la puerta con timidez de enamorado. Desde el primer instante, él se sintió dueño de mi cuerpo y de mi alma. Me hizo sentir que todo cambiaba en mi vida, esa pequeña vida mía de artista, de comodidad, de blandura, se transformó como todo lo que él tocaba.
No sabía de sentimientos pequeños, ni tampoco los aceptaba. Me dio su amor, con toda la pasión que él era capaz de sentir y yo lo amé como nunca me creí capaz de amar. Todo se transformó en mi vida. Entré a un mundo que antes nunca soñé que existía. Primero tuve miedo, hubo momentos de duda, pero el amor no me dejó vacilar mucho tiempo.
Este amor me traía todo.
La ternura dulce y sencilla cuando buscaba una flor, un juguete, una piedra de río y me la entregaba con sus ojos húmedos de una ternura infinita. Sus grandes manos eran, en este momento, de una blandura dulce y en sus ojos se asomaba entonces un alma de niño.
Pero había en mí un pasado que él no conocía y había celos y furias incontenibles. Éstas eran como tempestades furiosas que azotaban su alma y la mía, pero nunca tuvieron fuerza para destrozar la cadena que nos unía, que era nuestro amor, y de cada tempestad salíamos más unidos, más fuertes, más seguros de nosotros mismos.
En todos estos momentos, él escribía estos versos, que me hacían subir al cielo o bajar al mismo infierno, con la crudeza de sus palabras que me quemaban como brasas.
Él no podía amar de otra manera.
Estos versos son la historia de nuestro amor, grande en todas sus manifestaciones. Tenía la misma pasión que él ponía en sus combates, en sus luchas contra las injusticias. Le dolía el sufrimiento y la miseria, no sólo de su pueblo, sino de todos los pueblos, todas las luchas por combatirlas eran suyas y se entregaba entero, con toda su pasión.
Yo soy muy poco literaria y no puedo hablar del valor de estos versos, fuera del valor humano que indiscutiblemente tienen. Tal vez el Capitán nunca pensó que estos versos se publicarían, pero ahora creo que es mi deber darlos al mundo.
Saluda atentamente a usted.

Rosario de la Cerda

Años más tarde el mismo Neruda explicaría los motivos de ese anonimato:
Mucho se discutió el anonimato de este libro. Lo que yo discutía en mi interior mientras tanto, era si debía o no sacarlo de su origen íntimo: revelar su progenitura era desnudar la intimidad de su nacimiento. Y no me parecía que tal acción fuera leal a los arrebatos de amor y furia, al clima desconsolado y ardiente del destierro que le dio nacimiento.
Por otra parte pienso que todos los libros debieran ser anónimos. Pero entre quitar a todos los míos mi nombre o entregarlo al más misterioso, cedí, por fin, aunque sin muchas ganas.
¿Que por qué guardó su misterio por tanto tiempo? Por nada y por todo, por lo de aquí y lo de más allá, por alegrías impropias, por sufrimientos ajenos. Cuando Paolo Ricci, compañero luminoso, lo imprimió por primera vez en Nápoles en 1952 pensamos que aquellos escasos ejemplares que él cuidó y preparó con excelencia, desaparecerían sin dejar huellas en las arenas del sur.
No ha sido así. Y la vida que reclamó su estallido secreto hoy me lo impone como presencia del inconmovible amor.
Entrego, pues, este libro sin explicarlo más, como si fuera mío y no lo fuera: basta con que pudiera andar solo por el mundo y crecer por su cuenta. Ahora que lo reconozco espero que su sangre furiosa me reconocerá también.

Pablo Neruda Isla Negra, noviembre de 1963
Y así esta carta se termina
sin ninguna tristeza:
están firmes mis pies sobre la tierra,
mi mano escribe esta carta en el camino,
y en medio de la vida estaré
siempre
junto al amigo, frente al enemigo,
con tu nombre en la boca
y un beso que jamás
se apartó de la tuya.



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